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Un niño de 11 años le enseña a leer y escribir a su madre

El amor es uno de los sentimientos más puros que podemos encontrar, diferentes historias nos recuerdan que existen muchas formas de demostrar nuestro amor. Hoy te contamos una que sin duda nos demuestra, sobre ternura, pureza  y actos de servicio. 

Para Sandra María de Andrade, una mujer de 42 años originaria de Brasil que trabaja como recolectora de basura, la vida cambió al cumplir uno de sus grandes sueños, aprender a leer y escribir. 

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Su vida nunca fue fácil, pues, desde los tres años tuvo que enfrentar diferentes adversidades que le impidieron el acceso a la educación y aunque en un momento intentó tomar una clase para jóvenes adultos, la frustración la hizo rendirse.

Con el paso de los años sus hijos se convirtieron en su principal motivación para alcanzar esta meta. Y fue  Damiao Sandriano, el menor de sus hijos, quien se convirtió en su profesor. 

A la edad de tres años, Damiao le invitó a leer una historia con grandes imágenes y al ver las limitaciones de su mamá, el pequeño se propuso que él mismo le ayudaría cuando él aprendiera a leer y escribir.

Su inspiración y sus ganas de ayudar a su madre fueron siempre tan grandes que Damiao buscaba clases particulares después de la escuela, contando con el apoyo de un maestro que lo ayudaba con diferentes lecciones y lo alentaba a leer libros que le ayudarán posteriormente a cumplir el sueño de su mamá, aprender a leer. 

Después de algún tiempo y manteniendo la motivación y la paciencia, su madre por fin lo logró.  “Escribir mi propio nombre fue todo un logro. En una reunión escolar morí de felicidad cuando firmé por primera vez como tutora del niño. Tuve que escribir que era para él. Escribí ‘Mamá’, muy prolijo y muy grande” contó con orgullo Sandra en entrevista con el medio BBC. 

Confesó también que sentía mucho orgullo de su hijo y todo lo que ha logrado y del amor y la paciencia con la que siempre le ayudó, él siempre regresaba a casa muy emocionado contándole todo lo que había aprendido en la escuela y eso la motivaba a ella cada vez más. 

Sin duda esta es una historia digna de ser contada, hoy en el patio de Sandra, la frase  “Rincón de la felicidad donde, gracias a Dios, no falta nada” está escrita en su pared.   

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