La historia de la mujer samaritana, narrada en Juan 4, es una de las más poderosas del Evangelio.
No conocemos su nombre, pero sí su historia, su sed interior y la forma en que Jesús la encontró justo donde estaba: en su rutina, con sus heridas, con su pasado.

Jesús rompe todas las barreras culturales y sociales al hablar con ella. Ella es mujer, samaritana y con una reputación señalada por su comunidad. Pero Jesús no ve lo que los demás ven. Él mira su corazón.
“El que beba del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás” (Juan 4:14).

En ese pozo, Jesús le ofrece algo más que agua natural: le ofrece vida, perdón, restauración y propósito. Y ella lo reconoce: “Sé que viene el Mesías…”, y Él le responde: “Yo soy”.
Ese momento lo cambia todo. De una mujer rechazada, pasa a ser la primera evangelista en Samaria. Corre a su ciudad y dice: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿Será este el Cristo?”

Lecciones que nos deja esta mujer victoriosa:
- Jesús nos encuentra en medio de la rutina y transforma lo cotidiano en eterno.
- No importa cuán marcada esté nuestra historia, Jesús puede redimirla.
- Cuando nos llenamos del agua viva, ya no necesitamos buscar validación en otros.
- Dios puede usar tu testimonio para impactar a muchos, incluso si crees que no eres la más indicada.
Mujer victoriosa, tu pasado no define tu futuro. Como la samaritana, puedes encontrarte con Jesús y ser completamente renovada.
Él quiere darte agua viva para saciar tu alma, restaurar tu identidad y convertirte en testigo de Su amor. Nadie está tan lejos que Jesús no pueda alcanzar. Hoy, Él te espera en el pozo.