Hablar de María es hablar de fe, humildad y entrega total al plan de Dios.
Su historia no comienza con multitudes, milagros o discursos, sino con el silencio de una joven en Nazaret que escuchó una promesa celestial y respondió con valentía.

El llamado que cambió la historia
El ángel Gabriel fue enviado a una joven virgen con un mensaje que trastocaría su vida y el curso de la humanidad. María escuchó palabras que ningún oído humano había escuchado antes:
“Concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús” (Lucas 1:31).

Lejos de entenderlo todo, María hizo lo que solo los corazones rendidos hacen: creyó. No cuestionó con incredulidad, no puso condiciones. Solo dijo:
“He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra” (Lucas 1:38).
Fe que se convierte en acción
Desde ese momento, María abrazó un camino lleno de incertidumbre, sacrificio y gloria. Crió al Hijo de Dios, lo sostuvo en brazos siendo niño y estuvo a su lado en la cruz cuando fue crucificado.
Vivió el privilegio y el dolor, la promesa y el quebranto.

Su vida no fue fácil, pero fue obediente. No fue comprendida por todos, pero fue fiel al llamado. María no buscó protagonismo, pero fue instrumento clave en el plan divino.
Lo que aprendemos de María
- La disposición vale más que el entendimiento. María no lo comprendía todo, pero dijo “sí”. A veces no se necesita claridad total, solo fe.
- Dios elige corazones humildes. No buscó a alguien influyente, sino a una joven dispuesta.
- La fidelidad a Dios no significa ausencia de dolor. María vivió momentos duros, pero nunca abandonó su confianza en Dios.

María: más que una figura histórica
María no fue solo la madre biológica de Jesús; fue una mujer de profunda fe, con una relación sincera con Dios. Su vida nos enseña que la verdadera grandeza no está en lo que uno logra, sino en lo que uno está dispuesto a entregar cuando Dios llama.