Todas, en algún momento de la vida, hemos experimentado situaciones que dejaron marcas profundas en nuestro corazón: palabras que dolieron, decepciones inesperadas, pérdidas difíciles o temporadas en las que sentimos que nuestro valor fue puesto en duda.
Aunque el tiempo avance, esas heridas a veces permanecen silenciosas, afectando la forma en que vemos a Dios, a los demás y a nosotras mismas.

Pero hay una verdad poderosa que debemos recordar: Dios no solo conoce nuestro dolor, Él también puede sanarlo por completo.
Llevar nuestras heridas a Dios
Cuando decidimos llevar nuestras heridas a los pies del Señor, no estamos ignorando el pasado, sino permitiendo que su amor restaure lo que fue dañado. Él es experto en transformar lágrimas en consuelo, culpa en perdón y ruinas en belleza.
La sanidad no siempre ocurre de un día para otro; a veces es un proceso en el que Dios va quitando, con ternura, cada capa de dolor para revelarnos la libertad que Él preparó para nosotras. Requiere fe, disposición y confianza en que Su plan es mejor que cualquier intento humano de “seguir adelante” sin sanar verdaderamente.
Así como dice el Salmo 147:3: “Él sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas.” Esta promesa es para ti también. No importa cuán profundas sean las heridas del pasado, en Dios hay restauración, esperanza y un futuro renovado.
Permite que el Señor entre a esas áreas ocultas de tu corazón. Habla con Él en oración, busca Su Palabra y rodéate de personas que te animen en el camino de la fe. Él no solo quiere sanar tu pasado, quiere usar tu historia para inspirar y levantar a otras mujeres también.
Sanar con la ayuda de Dios es elegir la libertad sobre el dolor. Hoy es un buen día para dar ese primer paso y confiar en que Su amor puede transformar cada herida en testimonio de Su fidelidad.
