Hay historias que nos sorprenden. No por el poder, la fama o la posición de quienes las protagonizan, sino por el giro inesperado que toma el destino cuando Dios interviene.

Rahab, una mujer cananea que vivía en Jericó, es una de esas historias.
Rahab no era la típica heroína. En un tiempo donde su ciudad vivía alejada del Dios verdadero, ella trabajaba como prostituta.
Sin embargo, cuando dos espías israelitas llegaron a su hogar, no dudó en protegerlos. ¿Por qué? Porque había escuchado lo que Dios había hecho por su pueblo.
“Sé que el Señor les ha dado esta tierra”, les dijo (Josué 2:9).

Fe desde las sombras
Rahab tomó una decisión valiente: confió en un Dios que no era suyo, y se puso del lado del pueblo de Israel. Con riesgo de su vida, ocultó a los espías y pidió misericordia para ella y su familia.
Su historia es la prueba de que la fe no está reservada para los que tienen una vida perfecta. A veces, la fe nace en lugares rotos, en decisiones difíciles, en mujeres que el mundo jamás esperaría que se volvieran parte del plan de Dios.

El hilo escarlata que cambió su destino
La señal fue sencilla: un cordón rojo en su ventana. Un acto de confianza. Ese hilo la salvó del juicio de Jericó y la introdujo en la historia del pueblo de Dios.
Rahab no solo fue salvada; fue redimida. Se casó con un hombre israelita llamado Salmón, y llegó a ser antepasada del rey David… y de Jesús (Mateo 1:5).

¿Qué aprendemos de Rahab?
- Que el pasado no determina el futuro cuando Dios está en medio.
- Que la fe auténtica se demuestra con valentía.
- Que Dios puede usar a cualquiera para cumplir Su propósito, incluso a quienes el mundo ha descartado.
Hoy, si te sientes fuera de lugar o sin valor, recuerda a Rahab. Porque Dios no mira lo que fuimos, sino lo que podemos llegar a ser cuando le decimos: “Creo en ti”.
