La fe que florece a su tiempo

En las páginas del Nuevo Testamento, la figura de Elisabet aparece como un testimonio silencioso pero poderoso de cómo Dios honra la fe y cumple sus promesas en el tiempo perfecto.

Mujer justa, piadosa y paciente, fue parte del plan divino para preparar el camino del Mesías.

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Una promesa largamente esperada

Elisabet era descendiente del linaje sacerdotal de Aarón y estaba casada con Zacarías, también sacerdote. Ambos eran justos delante de Dios, pero vivían con una herida profunda: no tenían hijos y ya eran ancianos (Lucas 1:7).

Durante años habían orado, tal vez con lágrimas, tal vez con silencio. Y aunque la respuesta no llegó pronto, no dejaron de caminar en obediencia. La esterilidad en ese tiempo era vista como un estigma, pero Elisabet no permitió que la vergüenza definiera su fe.

Hasta que un día, cuando todo parecía demasiado tarde, el ángel Gabriel anunció que tendrían un hijo. Su nombre sería Juan, y vendría con un propósito mayor: preparar el corazón del pueblo para recibir al Señor.

Cuando la fe rompe el silencio

Después de quedar embarazada, Elisabet se ocultó por cinco meses. No por temor, sino por reverencia, tal vez por contemplar en silencio el milagro en su vientre.

Cuando por fin habló, sus palabras fueron de gratitud:
“Esto es lo que el Señor ha hecho por mí… Ha quitado mi vergüenza” (Lucas 1:25).

Más adelante, su encuentro con María —quien llevaba en su vientre al Salvador— fue otro momento clave.

Elisabet fue llena del Espíritu Santo y reconoció, sin que nadie se lo dijera, que María era la madre del Señor (Lucas 1:41-45). Su sensibilidad espiritual y su humildad resaltan con fuerza en ese encuentro sagrado entre dos mujeres marcadas por lo sobrenatural.

Lo que nos enseña Elisabet

  • Dios no se olvida, aunque parezca que tarda. El silencio de los años no significa ausencia de respuesta. El tiempo de Dios es perfecto.
  • La fidelidad constante prepara el corazón para el milagro. Elisabet vivía en rectitud antes de recibir la promesa cumplida.
  • Hay poder en el testimonio discreto. No hizo milagros ni predicó en público, pero su fe, su gozo y su sensibilidad espiritual hablan profundamente hasta hoy.

Una vida que honra el proceso

Elisabet es una mujer que nos recuerda que esperar no es perder el tiempo cuando se espera en Dios. Su historia no gira en torno a la rapidez, sino a la profundidad de una fe silenciosa que florece justo cuando ya nadie espera fruto.

Ella creyó, esperó, y en su vientre llevó al profeta que abriría el camino del Salvador. Su vida es testimonio de que la fe madura da fruto… aunque sea en la vejez.

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