La historia de esta mujer aparece en los tres Evangelios sinópticos, y aunque no sabemos su nombre, su testimonio ha inspirado a generaciones.
Por doce años, sufrió una enfermedad que no solo afectaba su cuerpo, sino también su vida social, emocional y espiritual.

La ley la consideraba “impura” y, por tanto, aislada. Ningún médico pudo sanarla. Había gastado todo lo que tenía. Pero un día escuchó que Jesús pasaba cerca… y algo dentro de ella se activó: la fe.
“Si tan solo toco el borde de su manto, seré sana” (Mateo 9:21).

A pesar de las multitudes, del rechazo que seguramente enfrentaba y de su debilidad, se abrió paso y tocó el borde del manto de Jesús. Al instante, quedó sana.
Jesús se detuvo y preguntó: “¿Quién me tocó?”. No era una pregunta para reprenderla, sino para reconocer su fe.
“Hija, tu fe te ha sanado; vete en paz” (Lucas 8:48).

Jesús no solo sana su cuerpo, sino que restaura su dignidad, la llama “hija” y le devuelve su paz.
Lecciones que nos deja esta mujer victoriosa:
- No importa cuánto tiempo hayas estado sufriendo, Jesús puede cambiar tu historia en un instante.
- Tu fe, por pequeña que parezca, es poderosa si está puesta en el lugar correcto.
- Jesús no solo quiere sanarte físicamente, sino restaurar tu identidad y tu paz interior.
- Aun si te sientes invisible, Jesús te ve, te escucha y te llama por nombre.
Mujer victoriosa, tal vez llevas años luchando con heridas, enfermedades o cargas invisibles. Hoy, como aquella mujer, te invito a extender tu mano con fe. Jesús sigue pasando cerca.
No te quedes al margen. Atrévete a tocar su manto. Él puede sanarte, restaurarte y llamarte hija.
