La Biblia no menciona su nombre, pero su historia quedó registrada como un ejemplo poderoso de hospitalidad, fe inquebrantable y confianza absoluta en el poder de Dios.

A ella se le conoce simplemente como la mujer sunamita, y su testimonio nos enseña que la fe verdadera no se limita a lo que ve, sino que espera en lo que Dios puede hacer.
Un corazón generoso
La mujer sunamita vivía en Sunem y era una mujer acomodada. Cuando el profeta Eliseo pasaba por su casa, ella y su esposo no solo le ofrecían comida, sino que le prepararon una habitación especial para que descansara en sus viajes.
Su generosidad no fue motivada por lo que podía recibir, sino por amor y reverencia al siervo de Dios.
Eliseo, agradecido, quiso bendecirla. Aunque ella nunca lo pidió, Dios, a través del profeta, le prometió un hijo. Y así fue: en el tiempo señalado, ella dio a luz.

Cuando la promesa parece morir
El hijo creció, pero un día cayó enfermo repentinamente y murió en los brazos de su madre. Para cualquier madre, esta sería una tragedia sin consuelo.
Pero la sunamita hizo algo que revela su fe profunda: puso al niño en la cama del profeta y fue a buscar a Eliseo, sin perder tiempo en lamentos.
Cuando su esposo le preguntó por qué iba, ella respondió: “Todo está bien” (2 Reyes 4:23). No lo decía porque negaba el dolor, sino porque su confianza estaba en que Dios aún podía obrar un milagro.

La fe que conmueve al cielo
Eliseo volvió con ella. Subió a la habitación, oró y puso sus manos sobre el niño. Y Dios devolvió la vida. El hijo volvió a los brazos de su madre.
La fe de la mujer sunamita fue recompensada no porque no sintiera dolor, sino porque se aferró a la esperanza de que Dios tenía la última palabra.

¿Qué nos deja su historia?
- La verdadera fe se mantiene firme incluso ante lo imposible.
- La generosidad sin interés mueve el corazón de Dios.
- A veces Dios permite pruebas en lo más valioso para mostrarnos Su poder.
- La fe no es solo creer que Dios puede, sino actuar como si ya lo hubiera hecho.