Hay decisiones que marcan una vida. La de Rut fue una de ellas.

Ella era una mujer moabita, extranjera, joven viuda sin grandes recursos ni futuro aparente. Podía haberse quedado en su tierra, comenzar de nuevo con su gente… pero eligió otra cosa: quedarse con Noemí, su suegra, y seguirla a un lugar desconocido.

“Donde tú vayas, yo iré…”

Rut pronunció una de las frases más conmovedoras de toda la Biblia:
“No me ruegues que te deje… donde tú vayas, iré; tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios” (Rut 1:16).

Fue una decisión de amor, de fe, de lealtad. Sin saber lo que le esperaba, confió en que Dios no la abandonaría. Y no lo hizo.

Trabajando con humildad, esperando con fe

En Belén, Rut no esperó milagros del cielo. Se puso de pie y fue a trabajar recogiendo espigas detrás de los segadores.

Lo hizo con humildad y perseverancia, y allí, en medio de ese campo, Dios movió las piezas. Conoció a Booz, un hombre justo que más tarde se convertiría en su esposo y redentor.

De extranjera a parte de la historia de salvación

Rut fue recompensada por su fe. No solo fue aceptada en un nuevo pueblo, sino que fue bendecida con una nueva familia, y se convirtió en la bisabuela del rey David.

Una mujer extranjera que, por su fe y fidelidad, fue integrada en la línea genealógica de Jesucristo.

¿Qué nos enseña Rut?

• Que la fidelidad y el amor desinteresado son poderosos.
  
• Que cuando somos leales a las personas y a Dios, Él abre puertas que jamás imaginamos.
  
• Que no importa de dónde venimos, Dios puede darnos un lugar en Su propósito eterno.

Hoy, si te encuentras en medio de cambios, pérdidas o decisiones importantes, recuerda a Rut. A veces, todo lo que se necesita es fe para dar el siguiente paso, amor para no abandonar, y esperanza para creer que lo mejor está por venir.