Mical fue hija del rey Saúl y la primera esposa de David, el futuro rey de Israel. Su historia no es de las más celebradas, pero es profundamente humana.
A través de ella, la Biblia nos muestra que la posición, la belleza o el amor no bastan si el corazón se aleja de la presencia de Dios.

Un matrimonio que comenzó con amor
Mical amó a David. Esto lo dice claramente la Escritura (1 Samuel 18:20). Fue entregada en matrimonio a él por su padre Saúl, quien más que buscar una alianza familiar, intentaba usar a su hija como pieza de control político.
A pesar de esa manipulación, Mical defendió a David cuando Saúl intentó matarlo, y arriesgó su vida para ayudarle a escapar.

Pero la historia de Mical no termina allí. Después de que David huyó, Saúl la entregó a otro hombre. Años después, David la recupera como parte de su afirmación del trono. A partir de ahí, su relación se volvió más política que afectiva.
Cuando el corazón se enfría
El momento más significativo en la historia de Mical ocurre cuando David trae el arca del pacto a Jerusalén. En un acto de gozo espiritual, David danza con todas sus fuerzas delante del Señor. La Biblia dice que Mical, al verlo, lo despreció en su corazón (2 Samuel 6:16).
Cuando David vuelve a su casa para bendecir a su familia, Mical lo recibe con sarcasmo y juicio, criticando su forma de celebrar.
David le responde con firmeza: él no danzaba por el pueblo, sino para el Señor. A partir de ese día, Mical no volvió a tener hijos. Su historia termina con silencio y distancia.

Mical vivió entre el amor y el resentimiento, entre la fe de David y el orgullo de su padre. Su historia nos recuerda que lo que realmente define nuestro camino no es lo que nos pasa, sino cómo respondemos ante Dios.
Mientras David danzaba con libertad, Mical lo observaba desde la ventana. Uno se llenó de gozo. La otra, de amargura. Y la diferencia estaba en el corazón.
