En un mundo lleno de retos, distracciones y voces que intentan apagar nuestra fe, Dios nos llama a ser luz. No una luz tímida o escondida, sino una que brille con fuerza para que otros puedan ver Su amor reflejado en nosotras.

Jesús mismo dijo: “Vosotras sois la luz del mundo… así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:14, 16).
Ser luz no significa tener una vida perfecta, sino permitir que la obra de Dios en ti se note en tus palabras, en tus acciones y en tu manera de amar. La luz de Cristo en tu interior puede ser el faro que alguien necesita para encontrar esperanza en medio de su oscuridad.
Vive con autenticidad
Cuando decides vivir tu fe de manera genuina, sin máscaras, inspiras a otras mujeres a hacer lo mismo. No se trata de mostrar una vida impecable, sino de reflejar cómo Dios obra incluso en tus debilidades.

Sé un canal de ánimo
Un mensaje de aliento, una oración o un gesto amable pueden cambiar el día —y hasta la vida— de alguien. Permite que tus palabras sean semillas de fe y esperanza para quienes te rodean.

Mantente conectada con Dios
La luz que irradias proviene de tu relación con Él. Pasa tiempo en oración, en la lectura de la Palabra y en adoración. Cuanto más cerca estés de Dios, más fuerte brillará tu luz.

Comparte tu testimonio
No subestimes el poder de contar lo que Dios ha hecho en tu vida. Tu historia puede ser la chispa que inspire a otra mujer a acercarse al Señor.
Dejar que tu luz brille no es un acto de orgullo, sino de obediencia y amor hacia Dios. Él te ha puesto en este tiempo y lugar con un propósito, y tu luz puede iluminar caminos, abrir corazones y encender fe en otras mujeres.
No la escondas: brilla con valentía, porque el mundo necesita ver a Cristo a través de ti.
