Cuando la herida viene desde adentro
Tamar era una princesa. Hija del rey David, bella, respetada, amada por su familia. Pero nada de eso impidió que fuera herida… por alguien muy cercano.

La historia en 2 Samuel 13 nos cuenta que Amnón, su medio hermano, la violó. Un acto de traición, egoísmo y violencia que dejó a Tamar no solo física sino emocional y espiritualmente devastada.
Después del abuso, Amnón la rechazó. Y Tamar, rota por dentro, rasgó su ropa, se puso ceniza en la cabeza y se fue a vivir en casa de su hermano Absalón, desolada.

Lo más doloroso quizás no fue solo el abuso, sino lo que siguió: el silencio.
David, su padre, se enojó… pero no hizo nada.
¿Te suena familiar?
Muchas mujeres han vivido lo que Tamar vivió. Una traición. Un abuso. Un momento que cambió todo.
Y luego… el silencio de quienes debieron defenderte. La vergüenza impuesta. El exilio interior. La soledad.
Pero aquí viene una verdad poderosa: Dios no te deja en ruinas.
Aunque el texto bíblico no nos cuenta más sobre Tamar, su historia no fue en vano. Su dolor fue visto por Dios. Y su nombre, aunque marcado por la herida, quedó también escrito para recordarle al mundo que las mujeres heridas no deben ser calladas, ignoradas ni escondidas.

Tamar sigue hablándole a las generaciones
- Habla por todas las que fueron heridas por quienes debieron cuidar.
- Habla por las que rasgaron sus vestidos sin que nadie lo notara.
- Habla por las que aún están en la casa del silencio… esperando justicia, amor, restauración.
Y tú, mujer, si sientes que tu historia se parece a la de Tamar, escucha esto:
No eres impura. No eres menos. No eres culpable. No estás olvidada.

Dios te ve. Dios te cree. Dios está contigo.
Tu identidad no está definida por lo que te hicieron, sino por lo que Él dice de ti: amada, valiosa, redimida.
