Madres que interceden: el poder de una oración que nunca descansa

Hay algo profundamente sagrado en el corazón de una madre: la capacidad de doblar sus rodillas y levantar a sus hijos en oración.

Desde el momento en que los sostiene en brazos, sus labios aprenden a pronunciar plegarias silenciosas, pidiendo a Dios protección, sabiduría y bendición para ellos.

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Ser madre no significa

Tener todas las respuestas, pero sí significa acudir al único que las tiene. Muchas veces, las lágrimas derramadas en lo secreto se convierten en semillas de esperanza que un día darán fruto en la vida de sus hijos.

Una madre intercesora

Una madre intercesora no siempre ve respuestas inmediatas. Puede pasar tiempo sin que nada cambie a simple vista. Pero, como un faro en medio de la oscuridad, su oración constante guía a sus hijos hacia el amor de Dios. Ella sabe que aunque el mundo les dé la espalda, el Señor escucha cada palabra y honra cada súplica.

Quizás tus hijos hoy estén lejos de Dios, o tal vez enfrentes momentos de incertidumbre como madre. Recuerda que tu oración es un puente entre sus vidas y el propósito divino. Cada vez que clamas, estás sembrando fe en el cielo, y esa semilla nunca será en vano.

La fuerza de una madre

No siempre se mide por lo que logra con sus manos, sino por lo que confía en las manos de Dios. Esa es la verdadera victoria: entregar lo más valioso que tenemos —nuestros hijos— al cuidado perfecto de Aquel que los ama aún más que nosotras.

Querida mujer victoriosa, nunca subestimes el poder de tus oraciones. Aunque parezcan silenciosas e invisibles, son la cobertura que Dios usa para sostener y transformar vidas. Tus rodillas dobladas y tu fe firme son un legado eterno para tus hijos y para las generaciones que vendrán.

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