A lo largo de la Biblia, Dios ha hecho promesas poderosas que han sostenido a mujeres en medio de sus batallas, sus luchas, sus sueños y sus silencios. Promesas que no caducan con el tiempo ni se pierden con las generaciones.

Tú también estás incluida en esas promesas.
Este blog es una invitación a recordar que Dios no olvida lo que ha dicho sobre ti y que su fidelidad permanece firme, aun cuando todo lo demás parece moverse.
Promesa de propósito y valor
Dios usó mujeres como Débora, Ester, María, Rut y muchas más para cumplir propósitos eternos. Cada una fue escogida, no por ser perfecta, sino por estar dispuesta.
“Yo sé los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza.” (Jeremías 29:11)
Dios también tiene un propósito para tu vida. Nada de lo que has vivido es en vano.
Promesa de consuelo en la prueba
Dios no promete una vida sin dificultades, pero sí promete estar contigo en medio de ellas. Ana lloró en el templo, Noemí sintió que lo había perdido todo, y aún así Dios les devolvió gozo y esperanza.
“Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán.” (Isaías 43:2)
Él ve tus lágrimas y promete darte nuevas fuerzas. Tu historia aún no termina.

Promesa de provisión
Como lo hizo con la viuda que pensaba que todo había terminado, Dios sigue multiplicando lo poco cuando se lo entregamos con fe.
“Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús.” (Filipenses 4:19)
Confía: Dios no llega tarde. Llega justo a tiempo.
Promesa de paz y descanso
Vivimos en un mundo que presiona, exige y cansa. Pero en medio del ruido, Dios ofrece algo que nadie más puede dar: descanso verdadero para el alma.
“Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso.” (Mateo 11:28)
Él no solo ve lo que haces, sino también todo lo que cargas en silencio.

Las promesas de Dios no son palabras vacías. Son anclas para tu alma, lámparas para tu camino y abrigo para tu corazón.
Tú eres parte de esas promesas. No importa tu edad, tu pasado o tu situación actual: Dios te mira con ternura y te recuerda hoy que Él no miente y jamás olvida lo que ha dicho.
Aférrate a sus promesas. Léalas, créelas y repítelas. Porque cuando una mujer cree lo que Dios ha dicho sobre ella, nada la puede detener.
