En medio del desierto, una mujer esclava y extranjera vivió una de las revelaciones más profundas del amor de Dios. Su nombre era Agar, y aunque fue rechazada, humillada y dejada sola… Dios la vio.

Hoy recordamos su historia como una fuente de consuelo para todas las mujeres que en algún momento se han sentido olvidadas.
Su testimonio nos enseña que aun en los lugares más secos de nuestra vida, Dios se manifiesta con poder y propósito.
¿Quién era Agar?
Agar era una sierva egipcia al servicio de Sarai, esposa de Abram (Génesis 16). En un momento de desesperanza, Sarai decidió que Agar tuviera un hijo con su esposo.
Esta decisión humana trajo dolor, celos y conflicto. Al quedar embarazada, Agar fue maltratada y huyó al desierto. Allí, en medio de la soledad, el ángel del Señor la encontró.

Dios ve a las que nadie quiere mirar
En ese encuentro divino, Agar escuchó palabras que cambiarían su vida:
“Tú eres el Dios que me ve” (Génesis 16:13)
Agar se convirtió en la primera persona en la Biblia en darle un nombre a Dios: El Roi, “el Dios que me ve”.
Qué poderosa verdad: cuando todos la ignoraron, cuando nadie se preocupó por su dolor, Dios la vio, la llamó por su nombre y le dio una promesa para su hijo.

Lecciones de fe desde el desierto
La historia de Agar nos recuerda que:
- Dios no se olvida de las mujeres heridas
- Aun cuando otros te usen o te rechacen, Dios te valora
- En medio del abandono, Él te da dirección
- Tu historia no termina en el desierto

Si hoy te sientes cansada, invisible o sin dirección, recuerda a Agar. Ella no tenía un hogar, ni voz propia… pero fue vista, escuchada y levantada por Dios.
Él sigue siendo el mismo. Hoy te mira con amor, conoce tu lucha y tiene un plan para ti. Dios es El Roi. Él te ve. Y donde Él te ve, también te restaura.