La vida nos sorprende con tormentas inesperadas: problemas de salud, dificultades económicas, incertidumbre en el futuro o pruebas que parecen demasiado grandes de soportar.
En esos momentos, es natural sentir miedo o ansiedad. Pero también es allí donde nuestra fe puede convertirse en el ancla que sostiene nuestra alma.

La Palabra de Dios nos recuerda: “Él calma la tormenta y sus olas se aquietan” (Salmos 107:29). No se trata de negar la tormenta, sino de aprender a confiar en Aquel que tiene poder para calmarla.
Recordar quién está en control
Cuando el viento sopla fuerte y las olas parecen hundirnos, debemos recordar que no estamos solas. Dios sigue siendo soberano. Su mano dirige nuestra vida y su plan es más grande que cualquier circunstancia.

Orar en medio del caos
La oración es un refugio seguro. Hablar con Dios nos da paz, porque nos permite entregar lo que no podemos controlar.
Cuando depositamos nuestras cargas en Él, su paz guarda nuestro corazón y nuestra mente.

Aferrarse a la esperanza
La tormenta no es eterna. El sol volverá a brillar y el dolor dará paso a nuevas fuerzas. Cada prueba tiene un propósito, y Dios puede usar incluso lo que hoy nos causa temor para darnos una victoria mayor.
Mujer victoriosa, la fe no elimina la tormenta, pero sí nos da la calma para atravesarla. Confía en que Dios está contigo, aun cuando no veas el final del camino. Que tu confianza en Él sea más fuerte que tus miedos y que tu corazón halle descanso en la seguridad de su promesa: Él nunca te dejará ni te desamparará.


