El perdón no siempre es fácil. Cuando alguien nos hiere profundamente, el corazón guarda dolor, enojo e incluso resentimiento.
Sin embargo, Dios nos llama a perdonar, no solo por los demás, sino porque perdonar trae libertad y sanidad a nuestra propia vida.

Perdonar es soltar la carga
Cuando decidimos perdonar, dejamos de cargar con un peso que solo nos lastima. El resentimiento y la amargura pueden consumirnos por dentro, robándonos la paz y la alegría.
Al perdonar, abrimos nuestro corazón para que Dios sane nuestras heridas y restaure nuestra paz.

El perdón no justifica la ofensa
Perdonar no significa aprobar lo que sucedió ni olvidar el daño, sino confiar en que Dios es justo y dejar en sus manos aquello que no podemos cambiar. Es un acto de fe y obediencia que nos permite avanzar sin quedarnos atrapadas en el pasado.
Perdonar nos hace libres
El perdón libera no solo a quien lo recibe, sino también a quien lo da. Cuando soltamos el enojo y dejamos que Dios transforme nuestro corazón, encontramos verdadera libertad emocional y espiritual.

Dios es nuestro ejemplo perfecto
Jesús nos mostró el mayor ejemplo de perdón al morir en la cruz por nosotros. Cuando comprendemos cuánto hemos sido perdonadas, nuestro corazón se vuelve más dispuesto a extender gracia a los demás, incluso cuando es difícil.
Perdonar no siempre es un proceso rápido, pero es un paso necesario para sanar y experimentar la paz que solo Dios puede dar. Con su ayuda, podemos dejar atrás el dolor y caminar en libertad, con un corazón renovado.
