Por: Caminando con fe

Hace un año y medio odiaba llorar, siempre había creído que esa acción me hacia ver débil y sobre todo le mostraba a todos que yo estaba herida, que algo tan fuerte había sucedido en mi vida como para hacerme llorar, y no se si a ti te suceda igual que a mi, que cuando lloras la nariz se te pone roja, los ojos super hinchados y no te deja de salir moquito.

Entonces éstas eran las razones suficientes para aborrecer llorar. Pero después de haber estado 10 meses en un internship donde tu única escapatoria era llorar, las cosas cambian; aprendí que llorar no solo tiene que ser a causa de algo triste y desgarrador, también puede ser por escenas buenas, momentos hermosos y especiales que te llenan el corazón.

Que hacen desbordar todas esas emociones y sentimientos con lágrimas.

Así ya no siento tan feo llorar, y hasta se puede encontrar belleza en un rostro hinchado a causa de lágrimas de felicidad o tristeza.

A inicios de este año supe qué lloraría bastante. Y he tenido razón, este ha sido el año que más he llorado en toda mi vida, lo he acompañado de lágrimas dulces y lágrimas amargas.

Y siento que Dios me ha hecho ser más sensible, aunque ya lo soy, me considero una persona demasiada apasionada y de sentimientos muy intensos, este año crecí en esta área de mi vida para bien, de una forma saludable y confiado en que Dios cuida mi corazón.

Mis sentimientos y emociones no son demasiado para él, no son berrinches ni tampoco son exagerados, para él son especiales y sobre todo valiosos, mi interior es la esencia de Dios, así que estoy muy segura que el disfruta que yo lo deje examinar y cuidar de mi interior, y sobre todo tener esa conexión me ha hecho saber que no hay algo tan grave en mi que no se pueda corregir con un toque de su amor, paz y confianza.

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